Y la culpa no era mía

Articulo basado en el capítulo “Imposible violar a una mujer tan viciosa” del libro Teoría King Kong por Virginie Despentes

Somos valientes. Cada vez que salimos a la calle, somos valientes. Caminar al exterior, en este espacio que no nos pertenece, somos valientes. Somos valientes porque corremos el riesgo de pagar el precio de nuestra libertad. De pagarlo con nuestros cuerpos, nuestra dignidad.

Así describe Camille Paglia la violación. Como un riesgo existente, inevitable, que debemos tener en cuenta. Nosotras, mujeres. Así, saca la violación del tabú, de lo no dicho. Si existe. Si pasa. No es extraordinario, no es una situación especial. Vivirlo es horroroso. Pero hay que superarlo. Hay que seguir. Y, sobre todo, hay que valorar esa capacidad de recuperarse. Eso es el propósito de esa feminista americana, muy controvertida.

Aquí está un punto muy importante. La desdramatización de la violación. No se puede minimizar el impacto que tiene sobre las víctimas, ni la gravedad del acto por los agresores. Al contrario, se trata de desdramatizarlo para por fin aceptar que existe, para creer a las que denuncian, para condenar a los violadores. Para dejar de cerrar los ojos.

En este capítulo de su libro Teoría King Kong, llamado “Imposible violar a una mujer tan viciosa”, Virgine Despentes habla de la palabra “violación”, que siempre se evita. Hablan de agresión, tienen excusas, minimizan. Por parte de las victimas como de los agresores. No puedo ser víctima de una violación, no, fue una agresión nada más. No puedo denunciar, porque no me van a creer, y haría daño a mi familia, a mi novio. No puedo hablar de eso libremente, debo quedar traumatizada, sin palabras.

Despentes escribe también el pensamiento de muchos agresores, con sus palabras crudas, sin tabú: “era una puta que no se asume y a la que él ha sabido convencer.” Porque si, todos lo saben, nosotras como mujeres, no podemos decir si queremos o si no. No sabemos. Ellos, el sexo fuerte, saben.

Violación. 9 letras, tanto miedo, tanta humillación. Nadie quiere hablar de eso, nadie quiere enfrentarse a esa realidad. Porque eso significa aceptar su existencia y entonces tener que luchar por neutralizarla. Pero ¿cómo neutralizar algo tan omnipresente, desde tanto tiempo? Está presente en la cultura, en la religión, en los mitos, tiene miles de representaciones en las artes. El gran lobo feroz que come a las niñas solas en el bosque. Desde la infancia se nos pone sobre aviso.

Despentes habla de las violaciones colectivas que ocurren durante las guerras, desde siempre. Entre 250 mil y 500 mil mujeres y chicas violadas durante el genocidio ruandés. Mas de 60 mil durante la guerra civil en Sierra Leone. 50 mil en Bosnia. Y esas cifras son subestimadas, por la falta de denuncias. Como una forma de someter a las poblaciones, de afirmar la superioridad de los militares. Con un arma pueden matar, pero con su sexo pueden dejar como muerta a una persona que sigue viva. Imponerse, dominar. Violar se define como agredir sexualmente, pero también como tomar por la fuerza, conquistar.

La dominación por los más potentes sobre la población inferior. Pero, disfrutar de un momento de debilidad, disfrutar de su superioridad física y numerosa, ¿eso es el poder? Eso no tiene nada de valiente ni de poderoso. Eso es ser cobarde. Obtener lo que quieren sin hacer esfuerzos, sin tomar riesgos, porque al fin de cuentas, no corren peligro, como lo dice la escritora, la ley es una ley hecha por los hombres para los hombres, eso no tiene nada de valor.

“Nunca iguales, nuestros cuerpos de mujer. Nunca seguras, nunca como ellos. Somos el sexo del miedo, de la humillación, el sexo extranjero.” escribe Virginie Despentes. Son cosas que escuchamos desde niñas. Así explica la escritora. El sistema nos inculca desde la infancia a ser dóciles, a obedecer, a gustar a los niños. Cuidarlos, darles cariño, ser suaves, no enojarse, ponerse guapa, pero no demasiado, ser inteligente, pero no demasiado. Y, sobre todo, dejarnos proteger por ellos. Porque el mundo afuera de la casa es peligroso para una chica tan delicada.

Dos cosas: el mundo dentro de la casa también puede ser muy peligroso para las chicas. Los datos dicen que la mayoría de las violaciones ocurren dentro de la familia, dentro del hogar. ¿Y después, protegernos de qué? El peligro es el hombre, ellos mismos lo dicen. Entonces, si entiendo bien, ellos deben protegernos de ellos mismos. Así se construye la idea de la masculinidad, de la virilidad. Cuidar siempre su superioridad, su dominación, afirmarse.

En su capítulo, Virginie Despentes aborda un tema, muy interesante e importante, pero me costó aceptarlo. Es el tema de la construcción de la fantasía de la violación. La fantasía de la dominación. Como algo orgánico, pero no lo es, es una construcción del patriarcado. La fantasía de dominar para los hombres sí, pero también la fantasía de ser dominadas como mujeres.

De recibir esa dominación, en las relaciones sexuales, en los gestos, pero también en las relaciones entre humanos, en las interacciones. Y debo de admitir que me he sentido reconfortada por la palabra de un amigo, de un novio, de mi papa, de mi jefe. De sentirme insegura y de buscar la afirmación innecesaria de un hombre. De creer que me gusta la violencia, la brusquedad en el sexo.

Todavía no encuentro la respuesta a este dilema: ¿realmente me gusta y lo necesito, o me gusta y lo necesito porque me hicieron creer que me gustaba y que lo necesitaba? No sé. Lo que sé es que ninguna mujer quiere ser violada, en su definición básica, como ser forzada a tener sexo sin su consentimiento. Ninguna mujer.

La escritora saca a la luz también los argumentos de muchos agresores: ¿si realmente no quería, por qué no se defendió? Y da la respuesta: nunca hemos permitido a las mujeres defenderse, tener reacciones violentas. Más bien, nos enseñan a callarnos, dejarlo pasar y no decir ni hacer nada. Aceptar la violencia no es territorio de la mujer dice el libro. No puedes evitarlo, no puedes defenderte, y no puedes reponerte. Porque sí, también nos dicen cómo reaccionar.

A la victima de violación le da miedo salir, le dan miedo las fiestas, los hombres, ya no quiere tener sexo. Me gusta mucho esa frase del capítulo, que resume muy bien la batalla constante y condenada al fracaso de las mujeres: “Estoy furiosa contra una sociedad que me ha educado sin enseñarme nunca a golpear a un hombre si me abre las piernas a la fuerza, mientras que esa misma sociedad me ha inculcado la idea de que la violación es un crimen horrible del que no debería reponerme.”

Obviamente, el capítulo trata también el sentimiento de culpabilidad después de una violación. Sentirse responsable, en lugar de sentirse como víctima. La vergüenza. Pero normalmente, sientes vergüenza cuando hiciste algo mal, algo reprehensible. Muchas veces he escuchado esa frase: la vergüenza debe cambiar de lado.

Despentes describe a las mujeres víctimas de violación como “criaturas a las que se responsabiliza del deseo que ellas suscitan”. Siempre hay una razón: la ropa, el contexto, la actitud, una frase mal interpretada, una relación ya existente… Pero en todos los casos, la única razón es: ser mujer. Como dice Camille Paglia, no somos responsables de lo que nos pasa, somos responsables de ser mujeres y de tomar el riesgo de vivir: “no tanto responsables personalmente de algo que nos habíamos buscado, sino victimas ordinarias de algo que podíamos esperar cuando se es mujer y se quiere correr el riesgo de salir al exterior.” Pero la culpa no es la de las víctimas.

“Victima: persona que sufre de las injusticias de alguien”, según la Real Academia Española. Las palabras importan. Personalmente, veo una diferencia importante entre decir “he sido violada” y “me han violado”.

En la primera frase, “yo” es el sujeto, el responsable de la acción del verbo, mientras que, en la segunda, “ellos” es el sujeto, ellos son responsables, y el “yo” sufre. Las palabras importan. Así que la palabra violación tiene su sentido propio, y debe ser usada sin bajar la voz.

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