¿Verdaderamente soy un hombre deconstruido? ¿Cuánto tiempo tardaré en ser uno? Son preguntas que últimamente han tocado la puerta de mi cabeza para ya no salir de ella. Cuando se habla de la deconstrucción de un hombre, no se habla de diseccionar el cuerpo humano ni nada de eso, sino de desmontar todos los conceptos que históricamente nosotros, los vatos hemos normalizado dentro de una cultura machista.
La deconstrucción, que, no solo aplica para hombres sino también para mujeres, no trata de destruir, sino todo lo contrario, busca reaprender a través del cuestionamiento de todo nuestro contexto, lo que como hombres no podemos ver.
Un aspecto importante para mi proceso de deconstrucción es hablar de feminismo, específicamente, las marchas del 8M. Mi primer acercamiento con este tema fue por el 2019, ¿cómo me acuerdo tan bien? Porque a la fecha de hoy me siguen apareciendo recuerdos en Facebook de publicaciones que compartía, en donde se defiende más a un monumento, que a una vida humana. Sí, yo era de los que se enojaba porque rayaban un monumento.
Pero durante el siguiente año, 2020, hubo algo que me hizo cuestionarme lo anterior. El 9 de marzo en México se realizó un paro nacional en donde las mujeres no se presentaron ni en las escuelas, ni en sus trabajos, fue un día sin ellas. Mientras transitaba las calles durante ese día, sin las voces de esos seres humanos con gran importancia en la tierra, mujeres, se dio un silencio raro, que pudiese interpretarse como de paz o tranquilidad, sin embargo, para mí era extraño, como si algo me hiciese falta.
En el transcurso de mi vida, que se aproxima a casi dos décadas, he vivido y aprendido de ellas. Mi abuela fue una de esas mujeres de mi vida, que rompió el estigma de la delicadeza femenina. Era una mujer de setenta años que, aunque pareciera que la nieve cubriera por completo su cabello de lo blanco que era, fácilmente te podía matar una rata con la fuerza de su pie o desterrar de la vida a una planta arrancándole de la raíz a la hora del trabajo en el jardín. Me demostró que ella, además de ser esposa, era alguien en quien su esposo se resguardaba y apoyaba.
Además de mi abuela, siempre he estado rodeado de mujeres que, para mí, son importantes, y que probablemente han marcado mi personalidad “afeminada” a percepción de algunos vatos. Por el contrario, ellas han tomado una parte de mi vida ya que me mostraron verdaderamente lo que son y lo que pueden llegar a ser.
Desde el kínder hasta la universidad la mayor parte de mi círculo social más cercano han sido mujeres. Afortunadamente, en casa, mamá y papá nunca me “shippearon” con alguna compañera del salón y nunca preguntaron con orgullo a su hijo varón por la novia. Al contrario, siempre me permitieron juntarme con mujeres sin necesidad de hacer comentarios que fomentan el pensamiento de que, si tengo “más novias”, soy más hombre.
Ya sabiendo todo este contexto, me he dado cuenta que he crecido en un ambiente en el que afortunadamente se han evitado y erradicado varias actitudes e ideas fuertemente arraigadas a la cultura del machismo, pero ¿eso significa que ya esté totalmente deconstruido? Quisiera decir que sí, pero no es así.
Claramente, aunque toda mi vida me he juntado con mujeres, de alguna u otra forma me he relacionado con especímenes de mí mismo bando. Ese punto para mí, fue la preparatoria, donde tuve más convivencia con ellos, en ese momento caí en cuenta que yo nunca iba a dejar de ser un “pene portante” por más que quisiera cambiarlo. Aquí fue donde empecé a escuchar más los comentarios de “¿a cuál te darías tú?, ¿chichonas o culonas?, ¿con cuál de todas estas te la jalarías?”, y aunque me daban asco estos comentarios y sabía que eran moralmente incorrectos, yo nomás soltaba una risa nerviosa por el momento incómodo que me causaban.
Hombres, ¿por qué nos volvemos cómplices con nuestro silencio? ¿Por qué solo nos molesta cuando nuestras novias, amigas o madres nos cuentan una experiencia de acoso? ¿Por qué ignoramos nuestra realidad? De acuerdo con INEGI, sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2022, 45.6 por ciento de las mujeres han sido agredidas en el espacio público al menos una vez en su vida, 42 por ciento de estas agresiones han sido de tipo sexual y se han dado mayormente en las calles, parques y en sus traslados en el transporte público.
Quizá después de escribir esto me cuestione más de lo que ya lo he hecho, pero tiene que ser así, porque es necesario para salir de mi zona de confort, y no solo mía, de todos, porque debemos incomodarnos a nosotros mismos aun hayamos crecido en un ambiente sano o no. Con cuestionamientos sobre nuestras actitudes que reflejan esa normalización del machismo, aunque sean mínimas. De mi parte con esto, inicio mi proceso de deconstrucción, ¿o lo continúo? No lo sé, pero lo que sí sé es que, lo hago por todas las mujeres que han formado parte de mi vida, por las que ya pasaron, por las que están y por las que vendrán.
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