– Necesito saber si no te me estás convulsionando – me dijo la psiquiatra, con rostro preocupado y palabras suavecitas, amables, como si quisiera disminuir el impacto de lo que acababa de decir.
Quisiera nombrar todo lo que por mi mente pasó, pero francamente no recuerdo qué exactamente sentí en esos momentos, yo la que todo lo siente. Yo, que comencé a sentirme triste desde que tengo memoria, hace cuatro años entré al increíble mundo de los medicamentos psiquiátricos. Podría catalogar la relación que he llevado con ellos como un extraño “amor apache” (¿qué habré hecho en mi otra vida para en esta tener que pagar por felicidad?).
La cita fue un miércoles y el viernes yo ya estaba acostada, lista para entrar a una máquina que solo había visto en series de médicos gruñones que renquean. La tomografía a mi cráneo duró escasos cinco minutos. Al día siguiente un neurólogo me realizó un electroencefalograma. Para mi alivio y el de mi madre (quien ya debe un par de visitas a la Basílica), mi actividad neuronal salió más que bien.
La tomografía luego revelaría mi tabique desviado y un quiste aracnoideo en mi fosa posterior, tan bien ubicado que no me produce convulsiones pero sí tristeza, ¡por fin todo tiene sentido!
A continuación, algunas imágenes de mi cabeza
Me di cuenta de dos cosas, que ya sabía pero esta aventura me reiteró: tengo una enfermedad mental y puedo sostenerlo económicamente. Entre consultas y exámenes, les desembolsé alrededor de cinco mil pesos a mis papás.
Muchas personas mal llamadas “clase medieras”, como mi familia, prefieren pagar consultas a médicos particulares antes que esperar cita con médicos especialistas en alguna institución de salud pública. Según un estudio de David Contreras Loya, el tiempo aproximado de espera para sacar cita con un especialista es de 10 semanas en el IMSS y 12 semanas en el ISSSTE.
Hablando de atención psicológica o psiquiátrica: entre dos y cuatro meses de espera, si es que eres lo suficientemente afortunado y el hospital o la clínica de tu ciudad sí cuenta con personal médico especializado en salud mental.
Si de por sí es complicado que una persona con alguna enfermedad mental acepte que necesita ayuda, imaginen cómo quedamos cuando nos damos cuenta de la cantidad de tiempo que tiene que transcurrir para que alguien nos escuche y trate. Aunado a esto, la gran mayoría de instituciones de salud pública del país no cuentan con la infraestructura médica necesaria para realizar estudios a nivel neurológico.
¿Qué pasa con todos y todas aquellas cuya suerte no es como la mía? ¿Qué pasa con las personas que no pueden pagar consultas privadas?
Cifras gubernamentales arrojan que alrededor del 25 por ciento de la población mexicana presenta algún trastorno de salud mental, como depresión, bipolaridad o esquizofrenia. 25 por ciento a mi parecer es demasiado, y demuestra un claro desinterés por parte de las administraciones para la debida atención y tratamiento de estos.
Nunca nos cansaremos de decir lo que dice el artículo 4to, lo que dice la población, lo que prometen los gobiernos, el derecho a la salud es un derecho humano, el derecho a la salud también incluye la atención mental.
Por mi parte abrazo a todas y todos los que seamos parte del 25 por ciento (si no es que más) y agradezco a mis papás por trabajar duro para que su hija pueda estar deprimida en paz.