Mi útero, mi menstruación y yo

mi útero, mi menstruación y yo

Tengo 20 años, despierto aquella mañana de septiembre y me doy cuenta de que un crimen ha ocurrido debajo de mis sábanas, dentro de mi ropa, entre mis piernas.

La evidencia nos indica varias cosas; primero, es un crimen de odio contra mí, hay demasiadas manchas de sangre en la sábana morada de impresiones florales, en la ropa, la sangre está más presente, pareciera indicar el origen de aquel mar de sangre regado en la cama; dos, son los primeros días del mes, la temporalidad es crucial; tres, el motivo de cometer tal atrocidad contra mí está en las pistas anteriores, la sangre, las manchas, los días del mes, nos indican la razón…

Mi periodo llegó.

Atrasado por unos cuántos días, más doloroso que de costumbre y tan fuerte como para causar un desorden que se asemeja a la fotografía de un asesinato, nuevamente ese día me pregunté cómo era posible que tanta sangre saliera de mi cuerpo cuando había meses en los que si apenas una toalla de flujo regular se llenaba de aquel líquido rojo y espeso.

Ese que te entume las piernas, hace que te duela la espalda, se te inflamen y duelan los senos, que te hace llorar, querer acabar con todo el dulce del mundo, la comida frita o picante, esa que me hace retorcer del dolor en cama, ingerir un gramo de paracetamol, vomitar, tener diarrea, estar inflamada, incómoda, esa que llega porque tengo útero.

Como en la mayoría de los crímenes, la evidencia debe ser destruida, ocultada… debe ser un secreto, aprovecho la ausencia de mi compañera de cuarto y el resto de mujeres que habitan en la misma casa que yo. Corro al baño y el agua de la regadera ayuda a borrar evidencia que fluye por mis muslos. Una sensación de tranquilidad, limpieza y calidez hacen que el espejo del baño se empañe. El agua caliente siempre será la mejor opción, aún más cuando un dolor al que solo puedo describir como “cólicos” se hace presente.

Aún queda evidencia por borrar, sábanas que deben ser lavadas con una cantidad exagerada de jabón en polvo, una cantidad generosa de vinagre blanco, agua caliente y con la opción de “limpieza profunda” de la lavadora.

En 40 minutos, el crimen jamás pasó.

De aquello solo fui testigo yo. Yo la que tiene 20 años, útero y se encuentra en un mes dónde la menstruación es tan fuerte que manchas todo aquello que tiene contacto contigo.

Sigo teniendo 20 años, útero y mi periodo.

Camino por las calles de Zapotlán el Grande, acalorada, sintiendo cómo mi maquillaje se derrite, con la molestia de aquella espinilla que amenaza con salir en la frente y que dejará marca apenas intente apachurrarla. Incómoda y con una preocupación que no se irá en todo el día.

¿Me manché?

¿Se verá la toalla?

Debí ponerme dos…

Pero es que si me pongo dos parece pañal…

¿Y si busco esos calzones menstruales? ¿Venderán aquí?

Ya me pica la toalla…

Creo que sí se movió, no me la puse bien.

Sigo por las calles de Zapotlán, en el camino recogí a María. Tiene 22, también tiene útero, pero no su periodo. Hablamos del mío, porque tener en común útero o simplemente identificarnos como mujeres hace que las pláticas sangrientas sean más amenas, parecemos entender más de sangre que nadie.

Le cuento mi idea, conseguir calzones menstruales porque las toallas que compré y que estoy usando, tienen un 99.9% de posibilidades de hacer que mi pantalón favorito y que uso en ese momento se tiña de rojo.

Ambas coincidimos. Está de la chingada menstruar.

Sí, sí tengo 20 años todavía, útero y mi periodo. Para este punto de la tarde a mi mente llega esa idea que está en mi cabeza desde que menstrué por primera vez a los once años.

“Cuándo sea mayor me voy a quitar el útero”.

No sé qué tan mayor, la verdad. Porque en ese momento, apenas y tengo dinero para ir esperanzada a la farmacia, ubicada en los portales del centro de la pequeña ciudad dónde habito, en busca de calzones menstruales desechables.

Supe de su existencia meses, tal vez años atrás, cuando mi madre me dijo lo cómoda que se sintió usándolos. No sé dónde los consiguió, el precio o si eran cómodos, pero estaba dispuesta a invertir mis 300 pesos en ellos. Nuevamente María me acompañaba.

Cuando has estado tanto tiempo conviviendo con tu sangre, sabes cómo identificar el pasillo dónde ocultan junto con los pañales de bebé los productos de “higiene femenina”, un término que para nada me gusta. Ni para mí, ni para mi amiga con nombre de virgen es difícil encontrar el pasillo. Colorido, floral y sin rastro alguno de los calzones menstruales que el internet me juró existían.

Envié a mi amiga a preguntar a uno de los empleados por su ubicación o existencia, por un momento la esperanza y el alivio de poder sentirme segura y cómoda llegó cuando María me dijo con la cabeza que sí y me señaló el final de otro pasillo.

Al llegar la esperanza naciente fue sofocada cuando en los empaques de aquel aparador leí: “Ropa interior desechable para incontinencia”.

Usted persona menstruante que esté leyendo sabe lo que está mal aquí, persona no menstruante, pero que cuenta con información y educación sexual puede entender el problema, pero para aquellos que no saben lo que está mal en este asunto, sin problema y con toda la intención de informar, explico.

La sangre y la orina no tienen la misma consistencia, por lo tanto, un calzón menstrual desechable y la ropa interior para incontinencia tampoco tienen la misma absorción.

Podría funcionar. Claro que sí, pero ¿Por qué no puedo tener el mismo acceso a un producto que está a la venta en el mercado? ¿Por qué debo recurrir a suplementos de algo que es tan común en más de 800 millones de personas menstruantes en este mundo que mes con mes se enfrentan a lo mismo que yo?

Va de nuevo.

Tengo 20 años, tengo útero, tengo mi periodo y pasó aquello que quise evitar con los calzones menstruales, mi pantalón favorito se manchó de rojo.

La mancha es tan notoria que otra amiga, con esa de las que también se puede hablar de sangre, tomó su sudadera y la envolvió en mi cintura para cubrir la mancha de la vista del público que juzgaría sin dudar.

Ahora sí, estaría aun más incómoda e insegura el resto del día.

El siguiente acto se resume a buscar un pantalón, barato, cómodo, que combinará con lo que llevo puesto y me librará de cargar con la vergüenza de aquella inofensiva, pero siempre juzgada mancha de sangre menstrual.

Culpo a la biología mientras en un baño público descubro otra escena del crimen oculta en mis calzones rosas.

Me culpo por ser el esperma que llegó primero al óvulo, a lo que sea que pase en el proceso de gestación que determinó sería mujer, al doctor que me dio la bienvenida al mundo, a la pubertad que llegó a los once años, a la farmacia de logo azul por no tener calzones menstruales, a la empresa que hizo la toalla que no absorbió nada, a mí por comprarlas, a mí, a mí, a mí.

Al mundo entero, al universo, al dios, ser, ente, simio o lo que sea que dijo, estipuló, decretó o evolucionó para que yo, teniendo 20 años, tenga útero y esté menstruando.

….

Ya es octubre, llevo dos décadas viviendo en este mundo, tengo útero y no estoy menstruando (aun), mi vida va de maravilla mientras no sale sangre de mi vagina, mi buen humor, sin embargo, no dura mucho después de leer el siguiente encabezado:

“Calzones menstruales: La forma fácil de sentirte sexy durante tu periodo” todo esto acompañado de una fotografía de mujeres sonriendo usando dicho producto. El artículo no es reciente, pero sí de este año y me parece curioso el encuentro de este texto y todo lo que pasó el mes anterior.

Por un momento mi cerebro se quedó en blanco, las neuronas me hicieron corto circuito, mis mañanas, tardes y noches leyendo, viendo o escuchando opiniones y teoría feminista me hicieron tener reacciones diversas ante lo que estaba leyendo.

Primero pensé en la idea de sentirnos empoderadas o empoderades acerca de nuestra menstruación, hacerla nuestra, verla desde un enfoque diferente en donde la vergüenza, miedo o los sentimientos y pensamientos negativos asociados a ella se eliminen.

Teniendo en cuenta esto seguí leyendo el artículo.

“Olvídate de la incomodidad y disfruta de tu sensualidad”.

Bueno, no hay que juzgar.

“Tenemos que hablar de los calzones menstruales y todas las ventajas que tienen estas revolucionarias prendas de vestir que no solo te harán sentir más segura de ti misma, sino que además son amigables con el medio ambiente y con tu economía”.

Y entonces me enojé, me enojé mucho y esa parte de teoría feminista que leí y que me ha hecho cuestionar muchas cosas me hizo cuestionar esto.

El privilegio desde el que se habla para asegurar que una prenda te hará sentir cómoda, segura y que además es una gran inversión a largo plazo, me enojé más al ver que era un artículo que en la dirección web incluía “.mx”.

Porque al hablar de menstruación, productos disponibles y precios en un país como México no puede haber título más chingaquedito que “Calzones menstruales: La forma fácil de sentirte sexy durante tu periodo”.

Aquello de “amable con tu economía” debo decir me hizo recordar cuando comencé a investigar la existencia de calzones menstruales y su precio en el mercado.

La plataforma varía, al igual que la marca, pero hablando de calzones menstruales desechables el paquete de tres tiene un costo de entre 48 – 155 pesos, eso sin contar el envío de $99. No soy muy buena con los números, pero la calculadora dice que terminarías pagando un total de entre $150 a 260 pesos. Ahora, si nos vamos a los calzones menstruales de tela que el artículo se encargó de enaltecer, su precio está entre los $400 y $600 por prenda.

Entiendo lo de “amable con el ambiente y economía”. Después de todo, todas las personas menstruantes tendremos que lidiar con ella por al menos 40 años de nuestras vidas (El país, 2017). No me detendré a hacer las cuentas, pero intenten calcularlo si menstruamos, idealmente, 12 veces al año, es decir, cada mes. Por lo menos 4 días y hay quienes debemos cambiar la toalla o tampón que usemos al menos 3 veces al día.

Es mucho dinero, mucho papel higiénico, algodón, plástico de colores con florecitas en la basura, yo lo sé, a veces mi corazón se parte y piensa en los océanos y tierra que se ve afectada cuando saco una toalla nueva y le quito todos los tipos de plástico con los que viene, pero no es algo que yo y muchas otras personas menstruantes puedan cambiar y hay dos razones, las razones principales que me hicieron escribir:

La primera, conseguir una toalla en baños públicos insertando $5 o $10 en una maquinita dispensadora, con la compañera de al lado, con las secretarias o profesoras, en la tienda de doña Mary, en el Oxxo, la farmacia… Es más fácil, rápido, accesible y “seguro”, con el tampón tenemos una relación extraña y de miedo, pero tal vez sea tema para otra crónica (o no).

La segunda se basa en el precio, accesibilidad, popularidad, aceptación y comodidad de otros productos para personas menstruantes. Que si la copa menstrual, las toallas reutilizables… y ahora los calzones menstruales.

El problema con la copa menstrual fue tema de debates por años, si era antihigiénico, viable, amable o no con el ambiente, los accidentes por no usarla bien, la comodidad, incluso la mal llamada “virginidad” porque pareciera que era tema y preocupación de casi todo el mundo los “peligros” de meter un objeto extraño en nuestros cuerpos. Sin embargo, los años pasaron, nuevas ideas llegaron a las nuevas generaciones y aunque la copa menstrual sigue dando de qué hablar ya podemos encontrar personas que se sienten cómodas usando este producto.

Su popularidad hizo que el precio bajara y su producción aumentara, pero no sigue siendo un producto que le puedas pedir prestado a tu compañera, la mayoría de las personas menstruantes (porque no me atrevo a generalizar) no cargan consigo una copita menstrual nueva por si alguien se la pide.

No es rentable.

Y entonces ahora hablar de una prenda de uso diario que contiene todo lo que estos productos nos ofrecen suena demasiado bueno para ser verdad, y es que lo es. Al ser algo “nuevo”, no lo hace comercial y aunque grandes empresas ya reconocidas en el mercado tienen entre sus productos este mismo, su precio sigue siendo demasiado elevado a comparación del paquete de toallas nocturnas de $29.

Sumado a esto, artículos como el escrito en la revista Glamour, aquel que inició este texto en forma de crónica, pero que en realidad es queja, nos dicen que lo recomendable es tener más de dos prendas, si tomamos en cuenta el precio más alto de un calzón menstrual son $1,200 por dos, eso sin contar precios y tiempo de envío.

Yo tengo 20 años, tengo útero, menstrúo y no tengo $1,200 para invertir en dos calzones menstruales, porque ni mi mamá, papá o abuelos me darán esa cantidad de dinero cuando en la tienda puedo ir y comprar fácilmente más de diez paquetes de toallas que me durarán al menos cuatro meses con todo ese dinero.

Una vez abriendo esta puerta es necesario tocar un punto muy importante, y es que ni siquiera productos como toallas o tampones que son más “accesibles” son para todas las personas menstruantes debido a su precio, ahora imaginen un calzón menstrual que cuesta casi 20 veces más.

En México, cerca del 30 por ciento de niñas, según cifras del Programa Higiene Menstrual del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), usan papel higiénico mientras menstrúan, no pueden acceder a estos productos. Y es que la situación de pobreza junto a la educación sexual, juegan un papel muy importante. En nuestro país solo 5 por ciento de los padres hablan con sus hijes acerca de la menstruación el resto vaga por la vida medio sabiendo, entendiendo y sobreviviendo a un proceso fisiológico que es tan importante como doloroso. 

Porque es doloroso, es agotador y es horrible estar menstruando durante casi toda tu vida, tener que lidiar con cólicos que a veces no te dejan mover de la cama y te hacen vomitar.

Es por eso que sí jode que venga un artículo de una revista a decirte que te vas a sentir sexy cuando te sientes mal, ¿cuántas veces nos hemos sentido tan plenas y cómodas como todos los comerciales rancios de productos para personas menstruantes que salen en la televisión?

Calzones menstruales: la forma fácil de sentirte sexy durante tu periodo. Glamour. https://www.glamour.mx/articulos/calzones-menstruales-que-son-beneficios-y-como-usarlos  Reyes, V. (2023, 22 febrero).

Tengo 20 años, tengo útero, no estoy menstruando y hablo de este tema con las mujeres de mi vida, con todas aquellas con las que sí se puede hablar de sangre, tienen entre 20 y más años, también tienen útero.

Nos rodean varios hombres, a algunos no les importan las pláticas sangrientas o uterinas, el resto decide ignorar por voluntad propia mientras vomito mis ideas.

Pero la mayoría concuerda conmigo.

No es accesible o barato tener calzones menstruales, aunque todas las páginas de internet se basen en sus bondades, que admito sin miedo alguno, son increíbles.

Yo daría lo que fuera por uno, pero, aunque sea un producto lo bastante bueno, no quita que es inaccesible y desconocido, porque algunas de las mujeres con las que convivo aquel día nunca habían escuchado de tal cosa, es más, ni la creían posible, lamentablemente sus esperanzas de correr por uno se apagan en cuanto hablo de precios y formas de acceder a ellas.

Hablo con más mujeres de mi vida, a algunas les parece poco importante el tema, después de todo, pueden acceder a toallas o tampones siempre, han vivido así por mucho tiempo y para algunas la variedad de estos productos fue una bendición cuando en su juventud debían usar papel higiénico o compresas que eran reutilizables.

Estos productos vinieron a salvarles la vida, así que el invento de un calzón menstrual no es algo que les alegre o moleste. Simplemente no es su problema.

Hablo conmigo misma de este tema y me doy cuenta una vez más que duele, cansa y enoja, tener 20 años, útero, menstruar y no poder tener dinero y muchas veces la facilidad de acceder a aquellos productos que pueden hacer más llevadera la relación: mi útero, mi menstruación y yo.

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